En la plaza, solo quedan algunos nostálgicos, los de siempre,
empecinados en dejar seco el vaso apoyado sobre el banco del bar de siempre.
En la noche, solo el tímido silbido del aire mareando las hojas de los
árboles.
En los vasos, solo algunos resquicios de hielo derretido mezclado con
restos de licor.
En las mentes, solo la resistencia a la profanación de aquel lugar que
durante tantos años fue su íntima morada.
Tantas veces frecuentándolo en las más variadas situaciones les dieron,
a los dos, motivos suficientes para
erguirse como Ángeles Custodios del paraíso que supuso durante tantos años
aquel lugar tan especial. Su atracción mágica no había disminuido desde hacía
más de treinta años. Es más, a medida que transcurría el tiempo para ellos, era
más intensa la atracción que les producía. Nunca entendieron por qué. Ni el
interés paisajístico, ni el sentido histórico ni el valor arqueológico, eran
suficiente para entender la seducción que les provocaba ese lugar. Iba mucho
más allá de lo que el razonamiento les dictaba. Al ascender con aquella
parsimonia histórica por las faldas de la fortaleza, no iban pensando sino en que
nada ni nadie profanara el templo donde se cultivaron personalmente durante
tantos años. El único sonido de un vehículo acercándose a su territorio les
producía una sensación de alerta contra lo que nadie llegaría a entender jamás.
El escuchar voces estridentes dentro de la fortaleza les provocaba una inmensa consternación.
Solo el observar a la gente deambulando vulgarmente por sus inmediaciones, interfiriendo
en el sonido del viento, les ocasionaba un desaliento contenido. Nunca soportaron
que algo pudiera romper el hechizo que
suponía internarse en aquel recinto encantado.
Esta noche media Luna encendida resplandece entre las almenas jugando
al escondite entre nubes deshilachadas. El sonido del vacío es interrumpido por
suaves ráfagas del viento del norte.
Descalzo, asciende paso a paso por la rampa de acceso a la fortaleza a
la vez que se va despojando parsimoniosamente
de su atuendo. Sus pies erosionados por las abrasivas piedras le transportan
por fin, a La Puerta de Los Califas.
El frío intenso.
La piel erizada.
Su mente y su cuerpo completamente desnudos.
Los brazos extendidos.
Las piernas abiertas.
La mirada fija.
Sus ojos ampliamente abiertos e irritados.
El tiempo completamente parado.
Su cuerpo descubierto resplandece levemente bajo la luz de la Luna.
Ahora nada interfiere en la fusión con el místico paraje.
Enteramente sometido a la fuerza que ejerce El Templo, permanece
inmóvil, impasible, redimiéndose de la vulgar realidad.
Alzando lentamente la mirada a la vez que una estrella fugaz ilumina
como un flash el cielo transparente, dejando un rastro de luz blanquecina que
tarda unos segundos en desaparecer por completo. Es la señal de ratificación
que el más allá, otorga a los Ángeles
Custodios.
Después de media hora y con los miembros ateridos y entumecidos vuelve a
desandar el camino, de espaldas a la Luna y recuperando pausadamente sus ropas
extendidas a lo largo de la fortaleza. Desciende la rampa a la vez que va
recobrando el sentido del mundo real.
Acaba el éxtasis. Nada importa entonces. Ese territorio fue, es y será
suyo mucho más allá de su existencia temporal. Nadie, absolutamente, tendrá
derecho a invadir un territorio que le perteneció, íntimamente, desde siempre.
Cualquier ser vulgar debería rendir pleitesía a aquellos guardianes de los sueños
y de lo infinito. Y si no es así, en un futuro, cuando ellos hayan sucumbido a
la vida material será el vuelo de los buitres… O el eco del viento enredando
entre las almenas… O el aroma del tomillo pisado y la manzanilla... Será la sombra de
las tenebrosas nubes del estío… O será la misma historia de aquel lugar… O
quizás el travieso pulular de las ánimas que desde siempre han levitado por
aquella fortaleza, quienes harán cumplir la pleitesía en aquel Templo Eterno.
Pero ellos, desde cualquier lugar, y
para siempre, seguirán vigilando todo aquello que llegue a
perturbar el equilibrio de La Eternidad.
"Perato"
Quintanas de Gormaz
8 de agosto de 2008