Consulta de Roncología

    Yo cuando nací hace más de cincuenta años, no tenía previsto roncar cuando fuera mayor. Lo siento. Hoy en día soy consciente de que mis ronquidos se asemejan al gruñido de un búfalo africano cruzando el rio Grumeti plagado de cocodrilos al norte del Serengeti. O al menos, esa es la percepción de mi mujer.
Hoy he acudido a la consulta de Neumología en la Seguridad Social después de solicitarla hace tres meses. A las nueve de la mañana.
    En el despacho ciento trece me recibe la doctora, que después de echarme una bronca por no llevar no se que volante me cuestiona el motivo de la consulta. Es curioso porque han sido ellos los que me han citado basados en mi número de identificación con el que tienen acceso a todos los informes de mi historia desde hace años. Le resumo el motivo de la consulta y a continuación me pregunta si por la noche me quedo sin respiración durante algunos minutos. Me resulta complicado responderle que no estoy muy seguro puesto que estando dormido no soy consciente de si respiro o no hasta la mañana siguiente al despertar cuando me doy cuenta de que sigo vivo. Yo, porque comparto el lecho con mi esposa pero que pasará con los que duermen solos? Como saben si se medio mueren por la noche? Los solteros no roncan?
    A continuación me informa de que me voy a someter a una “prueba de soplar”. Entiendo que es una espirometría y me pasa a la sala contigua donde una gran enfermera me da los buenos días alargándome unas pinzas para taponar la nariz. Yo me las pongo mientras ella sigue mirando la pantalla de su ordenador. Al cabo de unos minutos preguntándome que coño hago tanto tiempo con las pinzas puestas en las narices y si esto es en lo que consiste la espirometría, me alarga una boquilla de diámetro similar al de un tubo de aspiradora y me pide que me la meta en la boca y aspire lentamente. Yo sigo escrupulosamente sus indicaciones aspirando y expirando suavemente las veces que ella me lo requiere. Tengo auténtico pavor a equivocarme por miedo a otra reprimenda. De pronto, levanta la voz diciéndome:
_¡¡Ahora coja todo el aire que pueda muy deprisa y lo expulsa muy deprisa a la vez!!
Mis neuronas, entonces, comienzan a cortocircuitarse entrando en un estado catatónico. No se si he entendido bien a la enfermera pero me pide que coja aire y lo eche a la vez. Me gustaría en ese momento preguntarle, humildemente, si existe alguna instrucción especial que yo desconozco para aspirar y soplar a la vez pero al tener pinzada la nariz y la boca completamente abierta alojando la boquilla de diámetro similar al de un tubo de aspiradora, no puedo articular palabra.

_¡¡Vamos, vamos, aspire y expire rápido!!

Yo, con los ojos incendiados, le hago aspavientos mientras ella no quita la mirada del ordenador. Al fin decido sacarme la boquilla del diámetro similar al de un tubo de aspiradora de la boca y le digo con voz gangosa:

_Doctora… no se hacerlo…
_¡Pero, ¿qué hace? ¡No se lo quite! ¡Ahora tenemos que empezar de nuevo!
_ Es que no se aspirar y expirar a…
_¡Póngaselo otra vez que no tenemos toda la mañana!


Tengo, en ese momento, la sensación de estar llorando sangre mientras vuelvo a morder con rabia contenida la boquilla de diámetro similar al de un tubo de aspiradora y vuelvo a aspirar y expirar al ritmo que me marca la enfermera. Al tercer intento de echar la bocanada de aire de golpe, emito un sonido parecido al estertor previo a la muerte, temiendo que en algún momento se me escape alguna flema incontrolable pues padezco un catarro considerable y no dejo de toser y carraspear durante semanas pero no puedo explicárselo en este estado.
_¡Ya se lo puede quitar!
En ese momento dejo de morder la boquilla de diámetro similar al de un tubo de aspiradora cuestionándome si también puedo despinzarme las napias. Quisiera seguir sus instrucciones al pie de la letra pues temo realizar cualquier maniobra que ella no me haya indicado previamente. Con voz gangosa y medio asfixiado le pregunto:

_Doctora, ¿puedo quitarme ya las pinzas?
_¡Claro, no se las va a llevar puestas…!


    Si tuviera un espejo me gustaría ver la cara de imbécil que debo de tener en ese momento. Me siento muy mal y me encantaría echarle la cabeza hacia atrás y meterle la boquilla de diámetro similar al de un tubo de aspiradora por la boca hasta que le asome por el ojete mientras me voy recolocando la mandíbula de nuevo. A continuación me presento en la ventanilla de petición de citas pues la neumóloga me ha solicitado una placa de pecho, una analítica, una consulta de otorrino y varias pruebas más. Detrás de la ventanilla hay una mujer de unos sesenta años con gafas de ver de cerca enganchadas al cuello con una cadena dorada poco discreta, bajo mi humilde punto de vista. Me dirijo a ella dándole los buenos días mientras continúa escribiendo papeles que le va pasando su compañera. No le escucho respuesta alguna ni me dirige la mirada de momento hasta que insisto.

_Buenos días, venia a pedir cita para una placa de pecho y una analítica y un…

En las manos llevo los papeles de la cita para la placa por duplicado, los referentes a la analítica, el volante para el otorrino, la historia y el teléfono con la aplicación de calendario abierta por si tengo que consultar rápidamente la fecha de las pruebas. Por fin la secretaria me mira y me dice:
_¡La tarjeta! Estoy harta de pedir la tarjeta a todo el mundo. Y eso que saben que hay que traer la tarjeta.
_ La tengo en el bolsillo del pantalón pero no puedo sacarla sin soltar todos los papeles que llevo entre manos.
_¡Claro, todo el mundo preocupado con el Nicolás ese y nadie lleva la tarjeta.

Yo sigo sin entender nada pero la gente que me rodea tampoco parecen entender nada, lo que me crea cierto sosiego.
_¡Bueno, a ver, que quiere!
Me gustaría contestarle algo fuerte pero me contengo hasta tener las fechas de las citas.

_Buenos días de nuevo. Si fuera posible quisiera cita para una radiografía y para el otorrino. Si pudiera ser, el mismo día…
_¿Cómo el mismo día? Si eso se hace en dos sitios distintos.
Le explico que comprendo perfectamente que las radiografías no se realicen en el despacho del otorrino, de la misma manera que los besugos no se destripan en la charcutería pero sí en el mismo mercado. Aclarado el asunto la secretaria sigue murmurando algo que no llego a escuchar aunque tengo la sensación de que se refería a mi familia, mientras me despido atentamente.
_Bueno, muchísimas gracias, ha sido usted muy amable, buen día.
La amargada se me queda mirando sin articular palabra como sorprendida de lo que ha escuchado. Lógicamente no está acostumbrada más que a que le manden a la mierda cada vez que alguien se dirige a ella. No me resulta difícil entender que esta mujer esté amargada por muchos y variados motivos pero yo no le pido que salga a recibirme al hall del ambulatorio con una sonrisa de oreja a oreja, música de fondo y ofreciéndome un masaje completo en un sofá de cuero. Solo le pido que me conteste con el mínimo nivel de educación que haya aprendido, ya sea de jovencita, ya sea en su etapa profesional. Cuando alguien acude a un ambulatorio de La Inseguridad Social no lo hace por gusto, por echar el día, normalmente van individuos que no se encuentran en su mejor momento de salud y por consiguiente suelen acudir nerviosos, con cierta ansiedad, intentando memorizar toda la información que se les da en poco tiempo. Lo que para el personal sanitario es algo rutinario para el enfermo es algo excepcional, no digamos ya si hablamos de personas de cierta edad con problemas de oído, vista etc.
Es, por consiguiente, injusto el trato que se les dispensa en muchas ocasiones y digno de ser denunciado en las instancias pertinentes.
El resultado muchas veces es que se pasa más tensión, nervios y estrés al acudir a una consulta médica que lo que puede producir la enfermedad en sí misma.

    Perato
27/11/2014

Malditos Bastardos