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La ascensión a los infiernos

       La subida a casa por las escaleras de la playa resulta cansina a la par que agotadora cuando son las 13h. de un día de agosto. La camiseta empapada, pegada al cuerpo como cortina de baño a su pared. Ya en el último tramo comienzo a notar cierta necesidad vital por lo que acelero el paso mientras se me acelera el pulso, la respiración y el flujo de sudor. Siento como si hubiera vida dentro de mi ser. Fuerzo el paso mientras voy preparando las llaves del portal. Sería ideal que el ascensor estuviera estacionado en la planta baja, así ganaría unos minutos preciosos. Los retortijones son cada vez más agresivos y amenazantes. El ascensor no está en la planta baja si no en la 6ª. Presiono el botón de llamada varias veces con profusión, como si de esta forma bajara más deprisa. Por fín llega, se abre la cancela y pulso el botón de subida con todas mis fuerzas. Llegando a la 1ª planta pienso cuál habrá sido el motivo de semejante reacción fisiológica.

2ª Planta. Sigo sin encontrar respuesta por lo que no le doy más vueltas intentando tranquilizarme mientras no quito la mirada del indicador luminoso.
3ª Planta. Este último retortijón ha sido más potente que los anteriores. En este momento soy consciente de que el problema es serio.
4ª Planta. No dejo de calcular mentalmente la velocidad de ascensión del elevador y si es de tipo express o estandard. Parece que no.
5ª Planta. Procuro mantenerme muy quieto. Solo muevo los párpados mientras sigo mirando el indicador de plantas. La relajación es importante en estos momentos.
6ª Planta. ¡A la mierda la relajación! Como me relaje sí que estaré perdido, lo que necesito es toda la tensión posible que pueda generar para controlar los músculos del esfínter.
7ª Planta. “Lencería, pañales, prendas de algodón, incontinencia...” Es lo que me viene a la mente en estos desgraciados e indignos momentos.
8ª Planta. Llevo con las piernas cruzadas un buen tramo de la ascensión. Con una mano por delante y la otra en el trasero, rogando al todo Misericordioso, que no se pare el jodido ascensor para recoger algún huésped más.
9ªPlanta. Confirmación certificada de que las leyes de Murphy se cumplen al cien por cien. El elevador va disminuyendo su velocidad de ascenso para recoger a otra usuaria. Se abre la puerta y una americana de unos 60 años, rolliza y de careto sonrojado, hace ademán como de abandonar la idea de entrar y esperar a otro viaje. No abandona. Se decide la muy condenada y entra, ocupando una tercera parte de la superficie del ascensor.
10ª Planta. La americana me mira a la cara un momento y baja la mirada a continuación. Seguramente asombrada de ver como estoy sudando a chorros mientras los ojos los llevo encendidos en sangre replicándose la imagen en los espejos del ascensor.
11ª Planta. Un latigazo seco, “un golpe helado, un hachazo invisible y homicida” me obliga a cambiar la postura de las piernas. Me dispongo a cruzarlas en sentido inverso pero sin resultado positivo. Pienso que esto no tiene pinta de acabar bien e intento medir la gravedad de la catástrofe.
12ª Planta. Me desato los cordones del bañador con idea de apretarlos firmemente en prevención de lo que pueda suceder en los próximos pisos. La americana, al verme actuar entra en pánico pensando que la quiero violar. Me mira aterrorizada con la mano en la boca. Pienso que esa mano debería estar en su nariz y no en su boca.
13ª Planta. No se quien tiene más prisa por llegar a su destino, si la americana o yo mismo. Le hago un gesto con la cabeza intentando negar lo que para ella es inminente. No me entiende y le comento en voz baja que me estoy jiñando. Ella cierra los ojos y parece que se deja llevar por el destino.
14ª Planta. El ascensor va aminorando su velocidad, señal inequívoca de que todo es factible de empeorar. Entra en el elevador otro señor grande y rojizo también. Me pregunto si hay una fiesta en la azotea o que coño pasa? Ahora que ya estamos todos sería un excelente momento de finalizar el acto. La americana parece que respira de nuevo al entrar el último viajero. Tengo el esfínter más tenso que el pellejo de un pandero. Ya no hay espacio físico en el ascensor. Mis ojos están en sangre viva y creo, por primera vez, que no voy a llegar.
15ª Planta. Solo falta un piso para conseguir mi objetivo cuando los dos vecinos se bajan sin decir nada. Un descanso para ellos y también para mí. Me duelen las piernas de tanto apretar. Las puertas tardan en cerrarse una barbaridad y tengo ganas de llorar. Creo que se me han escapado unas gotitas de orin.
16ª Planta. Los músculos evacuatorios deben estar estrechamente relacionados, los que regulan aguas menores y mayores, y me temo que al liberar algo de pis, a continuación va a ir el resto. Se abre la puerta, al fín y casi a gatas, salgo enfilando la llave hacia la cerradura pero solo el pensamiento de tener tan cerca la taza del WC provoca el desenlace final. La evacuación catastrófica. Casi planetaria.
No ha sido posible. La limitación humana es lo que tiene. Me he quedado a un metro del final feliz. Otra vez será. Ahora solo queda disminuir todo lo que pueda los nefastos efectos y sobre todo antes de que aparezca mi familia que está a punto de llegar. No se por donde empezar. No quiero detallar el método de limpieza pero tiene que ser desde el descansillo de la escalera. Con eso lo digo todo. Lo positivo es que no he perdido la dignidad, por lo menos hasta este momento, y si no fuera por estas líneas nadie lo habría sabido nunca. Es mi afán por ayudar al prójimo por lo que he intentado expresar algo que le puede ocurrir a cualquiera en cualquier momento.
¿Hay alguien que no haya sentido alguna vez el tener un Alien en su interior?


      Perato
agosto de 2019

Malditos Bastardos