El vuelo de la Vieja Gaviota

        El viento de levante hace flotar a la vieja gaviota, inmóvil, en el aire, mirando fijamente como nace, despacio, el reluciente sol detrás de un horizonte ardiente. Las costas de una lejana tierra, desconocida. Demasiados días, demasiadas noches sin descanso alguno.

A miles de millas unos polluelos juguetean ociosos, ajenos a cualquier realidad que no sea experimentar con las rachas de aire templado y húmedo que les hace elevarse y bajar repetidamente a lo largo de todo el día. Protegidos por la cercanía de la tierra firme crecen felices, ajenos al porvenir incierto. En esa isla perdida en medio de cualquier parte del océano viven al margen de la crudeza de la madurez.


_ ¡Mira Mani, que bien vuelo!
_ ¡Si pero yo llego mucho más alto que tu, Yuli!
_ ¡Ya, pero tú eres mayor!

El largo viaje pesa sobre sus alas cansadas hasta la extenuación. Días infinitos sin atisbar ni un palmo de tierra donde reposar. Siempre por encima de un mar eterno infinito y oscuro, y profundo, que se extendió bajo ella durante jornadas eternas. Su experiencia en el vuelo no fue suficiente para superar al destino después de tantos años.
Nunca quiso involucrarlos en su aventura. Quiso cruzar miles de millas en la más absoluta soledad mientras ellos, disfrutaban del inicio de su madurez aislados por los contornos de aquella isla descubierta por su viejo progenitor.
Muchas horas de sufrimiento cuando el viento racheado conseguía minar el más firme propósito de encontrar aquello que asegurara el futuro de sus pequeños. Con las alas destrozadas por efecto del sol ardiente y entumecida por el frío aterrador de la noche, día tras día se esforzó en mover sus tullidas alas sin pensar en otra cosa que el objetivo marcado; escapar de este mundo para descubrir un paraíso natural donde los vientos rolaran siempre en el mismo sentido. No podía navegar más contra corriente. Exhausta y medio destrozada había encontrado el descanso añorado. Sus desmembradas alas volaron demasiado. El frío aterrador y la humedad extrema debilitaron tanto sus alas que en un último esfuerzo logró remontar una considerable altura, por encima de las nubes, con el vano objetivo de vislumbrar por última vez a sus pequeños polluelos. Pero estaban demasiado lejos para verlos. Abandonando la idea solo le restaba el dejarse caer planeando, ya sin fuerzas, y así llegar al acantilado donde abandonada a su suerte se dejó desplomar cayendo en barrena desde lo más alto del cielo hasta las crispadas y ásperas rocas de aquel precipicio. Sus potentes alas no aguantaron más. Resquebrajadas se estrellaron contra el arrecife que había buscado con tanto empeño. Sus agudos graznidos fueron señal evidente de que el viaje había concluido. Sus ojos pugnaban por seguir manteniendo aquella mirada profunda que durante toda la vida le había caracterizado. Durante eternos minutos sus graznidos desesperados fueron eclipsados por el estruendo de aquellas olas espumosas. Durante horas los ecos de aquellos sonidos se transmitieron a lo largo del mar hasta llegar al infinito. Todas las criaturas marinas se estremecieron con aquellos gritos anunciando muerte.
En aquella isla remota, mientras Yuli revoloteaba una y otra vez, Mani tuvo una percepción lejana. Escuchó algo así como un conocido y débil graznido. No estaba seguro de aquello pero sus sensaciones no fueron buenas. Se quedó petrificado en su roca favorita mirando profundamente el punto por donde salía el sol y un escalofrío le estremeció todo su cuerpo. Supo enseguida lo que pasaba. Una tristeza sin límites le dominó completamente, y volando rápido hasta donde jugaba Yuli le increpó...

_ ¡Yuli, baja ya, por favor!
_ ¡Mani, lo he conseguido, vuelo tan alto como papá...!
_ ¡Baja ahora mismo, te digo!
_ Y si no quiero, ¿se lo dirás a papá?
_ ¡Yuli, no volveremos nunca a ver a nuestro padre!
_ ¡Que cosas dices, le enseñaré como vuelo cuando vuelva!
_ Yuli, papá no volverá nunca más a nuestra isla.
_ ¿Y no le veremos más?
_No, si no vamos a buscarle. Prepárate. Si queremos verle debemos emprender un largo viaje.
_ No importa soy la mejor gaviota de la isla. ¡Aguantaré!

Durante mucho tiempo se apreció en los cielos el vuelo de dos gaviotas que sin separarse apenas unos metros volaron hasta el confín de los cielos. Dejaron atrás temibles tormentas pero volaban por encima de ellas. Superaron nubes oscuras y tenebrosas porque navegaban sobre ellas. Avanzaron siempre contra el viento, pero eso lo tenían superado. Habían tenido buena escuela. Solo guiados por aquellos leves aullidos lograron llegar al acantilado justo momentos después de acostarse el sol en el horizonte. A la vieja gaviota solo le dio tiempo a adivinar la sombra de sus polluelos descendiendo en picado hasta ella. Eso fue todo. A continuación fue cerrando muy despacio sus grandes y profundos ojos hasta morir con la tranquilidad de saber que su Yuli y su Mani habían dominado las artes del vuelo, y eso les garantizaría la seguridad durante toda su vida. Cuando Yuli se acercó a su padre, comenzó a picotearle debajo de sus alas esperando que le hablara de una vez como había hecho desde que nació. Mientras tanto Mani, algo más maduro que Yuli, permanecía inmóvil eludiendo la mirada de su hermana. Él conocía perfectamente la situación. La vieja gaviota le había instruido bien durante su corta vida.
Yuli lanzó una mirada aterradora a su hermano mayor mientras éste seguía evitándole.


_Tenemos que emprender la vuelta a casa, Yuli.
_ ¿Y papa?
_Papá no volverá a volar…


Las dos jóvenes gaviotas emprendieron el vuelo de regreso a su pequeña isla perdida en el océano.


Un diluvio de lágrimas les acompañó durante todo el viaje mientras las criaturas marinas se preguntaban que es lo que había sucedido para que durante tanto tiempo no dejara de llover sobre aquel tenebroso y oscuro mar. La respuesta la encontraron en dos gaviotas que volaban tan alto que apenas se divisaban.
Por encima de los cielos.


    Perato
      02/01/2010

Malditos Bastardos