Solo ha pasado un año ya “la historia corre atropellando al tiempo”.
Solo un año para cimentar una relación que nunca busqué y que el destino me
regaló sin merecerlo. Las puertas de Siria me las abrieron dos personas muy
especiales. En mi Camino a Damasco encontré
a mi Madrina, Florence Turbet-Delof.
Solo ha pasado un año desde que
la mirada profunda y expectante de Natalia Sancha se clavó en mis ojos la
primera vez que me vio en persona, en su casa de Beirut, mientras Tomás
Alcoberro narraba sus últimas impresiones periodísticas al término de aquella
ansiada paella que nunca llegué a degustar. Tengo muy reciente aquella mirada
preguntándose quien cojones es este tipo mayor, con mínimo nivel de inglés y nula
experiencia en zonas de guerra a quien había ofrecido un sofá-cama para pasar
la noche mientras citaba a Elías, mi querido amigo Elías, el taxista sirio, que
me trasladaría hasta Damasco al día siguiente. Hoy sigo pensando que Natalia nunca
tuvo la seguridad de que no fuera un loco fundamentalista islámico deseoso de
integrarme en la Yihad (dado mi aspecto). Durante aquella noche de Kent y Ron Natalia
disfrazó mi temor a lo desconocido y confirmó que el destino no está en mis
manos y que la única forma de progresar en la vida es amparándose en la
confianza en los demás participando en la cadena que conforma las relaciones humanas.
Hace solo un año que me puse en
contacto con mi Madrina Florence para confirmarle que había llegado a Beirut y
que estaba junto a Natalia Sancha, como si este hecho fuera una garantía absoluta
de seguridad. En los siguientes quince días en Damasco comprobé que Natalia
Sancha, realmente era un Hada que transformaba los problemas en soluciones solo
con agitar levemente su fina varita mágica.
Hace apenas un año que este
fracasado Peter Pan abandonaba Siria para volver a Líbano y encontrarse de
nuevo con el Hada Natalia y la Sonrisa Errante de Susana Samhan para relatarles
su nefasta experiencia fotera.
No hace más de un año que conocí a
Susana a través de Natalia y sin tener absolutamente ninguna referencia mía confió
plenamente en mi proyecto sin dejar de sonreír ni una sola vez a lo largo de toda
la noche. Es difícil relatar lo que para mí supuso esa confianza absoluta en lo
que ni yo mismo tenía claro.
Hace un año que me sudaron los
ojos cuando volví a verlas a mi vuelta de Damasco y pude compartir con ellas lo
que para mí fue extraordinario y para ellas rutinario.
Después de un año, recuerdo el
encuentro entrañable con mi Madrina ya en Madrid.
_Me alegro tanto cuando volvéis sanos y salvos…
Esa es otra de las frases que no
olvido. Me lo dijo con lágrimas en los ojos y eso que no me conocía apenas de
nada. Hace un año que abracé a Florence como abrazaba a mi madre cuando lo
pasábamos mal. Un abrazo de esos que cuesta terminarlos.
En un año mi Hada, mi Madrina y
yo nos hemos visto no más de tres veces. Solo una juntos los tres. Florence me
presenta a alguien de “la tribu” cada
vez que tiene ocasión. Yo me enorgullezco de ello aunque sigo sin
pertenecer a “la tribu”. Hace falta muchos más méritos para ser miembro de esta
comunidad de locos inconcebibles.
Hace mucho
más de un año que maestros como José Manuel Alaiz, Miguel de la Cuadra o Rodríguez
de la Fuente me infiltraron la obsesión por la aventura mientras nos colgábamos
en los desfiladeros de Guadalajara para facilitar los nidos a los buitres o
preparábamos la Primera Expedición
Española al Polo Sur. La caída de Saigón, el levantamiento somocista, el
terremoto de Nicaragua… fueron el acicate del que nunca me he podido
desprender.
Hoy, hace apenas
un año, mi Camino a Damasco comienza
de nuevo repitiéndose como una eterna noria desde la que voy discriminando y
filtrando lo que de verdad merece la pena de lo que no, mientras sigo
intentando pasar del Kent aunque no del… “Ron,
ron, ron, otra botella de ron”
Perato
16 de junio de 2016