Va
pasando el Otoño poco a poco y enseguida llega la Primavera y con ella el
momento de volver a ser padres por segunda vez. El proceso se ha desarrollado
con toda normalidad hasta el momento y la pareja se siente ya muy veterana en
estos asuntos.
Faltan
todavía diez días de Abril para el gran momento cuando por la noche la mujer
del técnico comienza a estar más incómoda de lo normal. Optan por
tranquilizarse y descansar y la mañana siguiente, después de inaugurar el
Congreso en el Ministerio de Agricultura, el técnico vuelve a por su mujer y
los dos se dirigen a la Clínica donde a
las once de la mañana del 22 de Abril de 1.994 comienzan las contracciones
mientras el padre mantiene una viva conversación con el ginecólogo a cerca de
los últimos avances en traumatología y organización de Congresos. Es en el
momento cumbre cuando el padre se coloca donde le indica la comadrona, lugar
desde el cual no ve absolutamente nada aunque no es obstáculo para que disimuladamente se coloque en una mejor
ubicación y poder contemplar el parto en su totalidad.
Los
padres de la criatura vuelven a repetir
la experiencia de paternidad sin grandes emociones y con mucha
tranquilidad, sin lágrimas ni aspavientos. El ginecólogo va cosiendo mientras
comenta con el padre las últimas anécdotas producidas con la traducción
simultánea en algún simposium. El padre escucha sin atender preocupado en
cierta forma por la forma de coser del Doctor. Cada dos o tres puntos de sutura
dirige la mirada al técnico, sin soltar la aguja, enrollándose sobre los
distintos aspectos de la Medicina Tradicional. El técnico piensa que es mejor
no darle más conversación pues a este paso puede terminar de coser el día en el
que el pequeño aprenda a hablar. Mientras la madre bufa y rebufa mirando
fijamente al plafón del quirófano sin dejar de pensar en el momento en el que
terminará la calceta.
Ya
en la habitación se suceden las visitas familiares, las felicitaciones y los
ramos de flores entre comentarios de lo bien que ha ido todo y a la espera de
que bajen a la criatura a los brazos de
su madre. Pasan estos momentos con la
satisfacción de la nueva experiencia y contando los minutos que faltan para
poder abrazar a su hijito. Se suceden las llamadas por teléfono, las nuevas
visitas pero parece que el tiempo se ha
parado. Son ya las tres de la tarde y comienzan a pensar si es normal tanto tiempo en la incubadora, al fin y al
cabo ha nacido con diez días de antelación. El padre se resiste un poco a
investigar que es lo que ocurre y preferiría dejar más tiempo antes de
recibir noticias no deseadas. La presión
es tanta allí abajo que no le queda más remedio que subir a Neonatos y preguntar
por su hijo.
En
el piso de arriba hay una especie de larga cola de padres preguntones que
pacientemente esperan recibir noticias de sus retoños detrás de una mampara de
cristal. El técnico se adelanta y en un momento en que se abre la puerta
pregunta al doctor:
__ ¿Que hay de lo mío Dr.?
__ Pase un momento, por favor...
En el interior de la sala hay tres personas
que miran al padre de forma especial.
__
¿Es usted el padre de Jorge?
__Sí, soy yo. ¿Está bien?
__Bueno, no todo lo que quisiéramos.
__Dígame.
__A su hijo le hemos detectado una trombocitopenia severa.
No tiene apenas
plaquetas.
__ ¿Es grave?
__Sería muy grave en el caso de que tuviera cualquier
pequeña hemorragia.
Son muy pocos segundos los que transcurren
mientras todo se viene abajo.
Son muchísimas las preguntas que se le
ocurre cuestionar mientras su mente se desplaza hasta la habitación donde
espera su mujer. Se niega a admitir el problema. El miedo le paraliza. Los tres
especialistas no le quitan la mirada de encima como esperando una reacción. No
hay reacción. Le enseñan a su pequeño que duerme profundamente entre sábanas
relucientes ajeno todavía a los estúpidos caprichos del destino.
El
neonatólogo le explica técnicamente en que consiste la trombocitopenia.
__Jorge
solo tiene 20.000 plaquetas frente a las 175.000 que debía tener, igual que su
madre. Esto hace que su índice de coagulación sea casi nulo.
El
incrédulo padre tiende a preguntar si han contado bien las plaquetas.
No
lo hace. Tiende a preguntar cómo se lo cuenta a su mujer.
No
lo hace. Tiende a soltar una lágrima.
No
lo hace. No puede hacer nada. Todo es impotencia, rabia y asco. Llega el
momento de bajar a la habitación, pero no quiere bajar. Quiere quedarse allí
con su hijito y contarle las plaquetas, una por una, él, personalmente. Piensa
que en esta Clínica no saben contar plaquetas.
En
el parto estaba todo bien, estaban todas las plaquetas, estaban todos
contentos, el ginecólogo, el neonatólogo, la comadrona, la madre, el padre... y
cuatro horas más tarde en una especie de sesión clínica le dicen que no hay
plaquetas. Que si sangra se muere.
¡Cómo
coño se va a morir si apenas ha nacido! ¿Cómo puede desaparecer si su madre no
lo ha visto todavía? Alguien debería hacer algo. ¡No es posible llevar durante
nueve meses una criatura dentro y nada más parir, perderlo por unas cuantas
plaquetas de mierda! ¡No es justo! Se niega a todo. No admite nada. No quiere
bajar. No quiere mirarle a los ojos a su mujer. No quiere ser el nefasto
mensajero de quien se esperan buenas nuevas. Se niega a que todos los que están
en la habitación con Lola le miren a la vez suplicando que les cuenten todas y
cada una de las incidencias.
Respira
hondo dos veces en el ascensor, antes de abrir la puerta de la habitación.
__
¡Está bien!, solo que pesa muy poco y lo van a tener en la incubadora un poco
más.
Todos lo creen. Su madre no. Le mira a los ojos desconfiando.
Ella sabe que ocurre algo. Parece que le dice con la mirada __ me engañas, lo
sé.__
Todos
se han ido ya y solo quedan las dos enfermeras particulares de la familia, la
tía y la hermana del técnico. Por un momento dejan la habitación y tomando un
café el padre les cuenta el asunto.
Apenas lo han encajado se dirige a la
habitación de nuevo y ya solos se dispone al relato.
Sus
ojos van sudando poco a poco. Ninguna gota se atreve a descolgarse por las
mejillas aun hinchadas por el esfuerzo. Sólo una pregunta al terminar las
explicaciones:
__
¿Se va a morir?
__No lo sé.
Son las cuatro o las cinco de la tarde cuando llega a la
Clínica Belén la ambulancia del Insalud con la incubadora móvil. El sanitario
le comunica al padre que no puede ir en la ambulancia con ellos pero que pueden
quedar en la puerta de Urgencias de La Paz. El técnico llega en quince minutos,
aparca el coche y espera impaciente en la puerta de urgencias. Después de diez
minutos piensa como es posible que el haya tardado quince y la ambulancia no esté allí. A los veinte
minutos piensa que la cosa se ha complicado y que los problemas no han
terminado todavía. Después de media hora y con los nervios destrozados aparece
una ambulancia del Insalud con la sirena silbando y a toda velocidad. Echa a
correr detrás de ella pero se dirige a la entrada de traumatología. No entiende
nada. Se fija en la matrícula pero lógicamente no coincide. Esa no es la suya.
A los cuarenta minutos de desasosiego y dudas aparece a lo lejos otra
ambulancia sin sirena pero con las luces de emergencia intermitentes. Se cierra
el semáforo y la ambulancia se detiene. El técnico no entiende nada. Se abre el
semáforo y lentamente, a paso de tortuga, arranca y va avanzando tan lentamente
que se diría que el conductor acaba de coger un coche por primera vez. El padre
en su desesperación, maldice a la ambulancia y a los que van dentro con su
hijito. Llega por fin a la rampa de acceso y se vuelve a parar. Es entonces
cuando entiende todo. Hay un pequeño bache poco antes de la rampa. El conductor
hace avanzar tan lentamente el vehículo
que apenas se bambolea. Han venido extremadamente despacio para que ningún bote
hiciera peligrar el estado de la criatura. No se saltaron los semáforos en
rojo. No pusieron sirenas. Había que transportar a aquella criatura con las
máximas garantías de seguridad. Era una reliquia demasiado frágil y valiosa.
__Ya
estamos aquí, tranquilo, que todo va bien.
Al
técnico le vuelven a sudar los ojos y le gustaría abrazar a esas personas a
quien ha maldecido pocos minutos antes.
Jamás podrá olvidar a aquellos anónimos que durante
el día y la noche, en cualquier situación, desarrollan su trabajo con tanto
esmero y tanta profesionalidad y tanto cariño…
No hay comentarios:
Publicar un comentario